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Hoy,10 de Junio del 2023
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Primero, al césar lo que es del césar: conducir a menores revoluciones hace que el motor no se fuerce tanto y que el consumo sea más contenido. Ahora bien, hay que saber también en qué régimen de revoluciones se siente más cómodo el bloque de nuestro coche para poder adaptar nuestra conducción a ello.
Lógicamente, esto depende de si estamos al volante de un gasolina o un diésel. Estableciendo un marco general, un motor de gasolina tiene su zona de confort entre las 2.000 y las 3.500 rpm, mientras que la de un motor de gasóleo se encuentra un poco por debajo, entre las 1.500 y las 3.000 rpm.
Es en esas respectivas horquillas donde los bloques entregan su par máximo, lo que hace que tengan el empuje necesario para responder con presteza, reaccionando al pisar el acelerador, lo que también ayuda a que el consumo se contenga.
Si, en lugar de ello, se busca conducir con las revoluciones más bajas, “el tiro sale por la culata”, como suele decirse: si se necesita potencia y la demandamos desde un régimen de rpm muy bajo, la exigencia para el motor será mayor, su respuesta será mucho más lenta y durante el proceso el consumo de combustible será mucho mayor.
Esto ya es un problema en sí, pero hay más, puesto que de conducir a bajas revoluciones pueden derivar averías de diversa importancia.
Por un lado, a bajas revoluciones, los motores vibran mucho más de lo habitual, lo que, por una parte, es una molestia para quienes van a bordo y, por otra, puede provocar que ciertas piezas se rompan o se desgasten de manera prematura.
Por otro lado, hay ciertos sistemas que sufren con este tipo de conducción: los anticontaminación, filtros antipartículas, etc. Al no trabajar a una temperatura óptima (más alta), no son capaces de quemar los residuos y es posible que, en consecuencia, se acaben bloqueando.